Tu tiempo es ahora, tu luz es mañana, cerrá los ojos y empezá a soñar.


V A L E N T I N A

20 agosto, 2010

ABRIL

Abril. Transcurría lentamente el otoño, aun así el cruel invierno no tardaba en hacer notar su cercanía. La neblina agotaba la luz del viejo farol del parque. Todavía se me mezcla en los ojos ese resplandor titilando y la luz apenas tenue que alcanzaba a dar aun su sombra.

Tengo muy claro aquel recuerdo.

Lo observaba todas las noches desde la ventana de mi habitación hasta que el sueño me llevaba hacia otra dimensión.

A veces cuando el farol no lograba prenderse bien, veía su sombra junto a la de los árboles, los altos árboles del parque. Yo lo reconocía por su pequeñez. Otras veces la neblina de la noche me tapaba toda la vista hacia allá. Mi ventana no estaba a más que unos 30, 40 metros, pero la oscuridad absorbía la neblina y la poca luz del farol, haciendo que no pueda verlo. Igualmente no tenía ninguna duda de que él estuviera ahí.

Cada tardecita, cerca de las ocho solía aparecer. Nunca supe su nombre, él esperaba…sentado en el banco despintado del parque a la luz de esa farola todavía apagada mientras se filtraba un atardecer negro, por sus gafas de sol. Luego llegaba la noche…olvidando el camino de vuelta. Y aun en cada uno de sus pasos cortos, esperaba.

Yo no entendía que era lo que me llamaba tanto la atención. Desde mi ventana casi que percibía el olor a naftalina de su viejo sobretodo gris y su boina negra “al estilo del che”; sus zapatos recién lustrados apenas se alcanzaban a ver desde lejos. Pero, eso no era todo

Tarde en comprenderlo, tarde días en darme cuenta el motivo de su ritual. Hasta que algo que no había visto hasta entonces, me produjo curiosidad.

Llevaba en uno de los bolsillos de su chaqueta un recuerdo que ni siquiera recordaba haber guardado, que ni siquiera recordaba haber tenido ahí. El olvido, no lo dejaba salir de su inconsciente. Pero allí estaba, acurrucado en una esquina de un roído bolsillo.

Él esperaba, sin saber que, sin entender que, sin querer estar ahí. O al menos eso creía yo, o eso demostraba.

Había algo, algo era lo que lo mantenía sentado en la farola del parque.

Apareció, la luna menguada, grande, amarilla. Casia un metro de su nariz, con vista picada observando desde lo alto. Todo empequeñecía. Esa noche, aquel recuerdo brillo con más fuerza, aumentando su resplandor crecientemente.

Esa fue, la primera vez que lo vi irse del parque. Esa noche no había neblina, pero la vieja farola dejó de titilar antes de lo esperado.

Desde ese día, vi como el repetía ese ritual hasta irse. Todos, absolutamente todos los días. Ver el atardecer, la llagada de la noche con su gigantesca luna y marcharse a la madrugada. Esperar, la noche… y así hasta que la luz se consumía. Solo el recuerdo brillaba con más fuerza cuando la luna se alejaba un poquito, pero no pasaba nada, solo esperaba.

El viento entretuvo su vista en el bailar de las hojas secas, unos labios fríos rozaron sus labios y unas cálidas y pequeñas manos se posaron sobre sus mejillas. Una sensación de dos cuerpos acariciándose, sin dejar escapar el aire, manteniendo la respiración, un escalofrío, una tentación, el deseo, un paso más.

Estaba solo, el esperaba y mientras esperaba intentaba recordar noche tras noche el recuerdo de aquel ultimo beso, de aquel ultimo hasta pronto olvidado en su bolsillo. Y cada vez que se iba recordaba la sensación de vacio cuando en aquel abril, desaparecía su recuerdo.

Yo aun, lo veo esperando…todavía no se qué. Lo único que se, es que lo espero yo, el próximo abril.

1 comentario:

Mariano dijo...

Cuan identificable puede ser esto con alguna historia que vivi, desde chico que esperaba mi momento y cuando lo tuve lo tuvo poco tiempo que luego de perderlo lo espere mucho tiempo mas..
hasta que me di cuenta quien soy yo

siempre vos tan linda :) gracias!