Tu tiempo es ahora, tu luz es mañana, cerrá los ojos y empezá a soñar.


V A L E N T I N A

12 diciembre, 2010


Contando historias en plural.



09 diciembre, 2010

Vos prendías un pucho, y tenias otro en la mano.

¿Para qué escribir si pocos lo van a leer? ¿Para qué escribir si casi nadie se interesará en lo que digas? ¿para qué escribir si la gente no quiere cambiar con las palabras pronunciadas o escritas? ¿Para qué gastar tinta si la literatura es una rara especie en extinción? ¿Para qué decir si casi nadie te prestará ojos? ¿Para qué escribir si luego se han de olvidar lo leído? podrían ser expresiones disuasivas para no escribir una línea más. Pero el hecho de escribir es un acto sacro, descolmateme y hasta reverencial contra el propio olvido, tedio y desertificación de lectores. La escritura desafía al tiempo y a los lectores de hoy para ganar los de mañana.

Basta un sólo lector para mantener la hoguera prendida del oficio del escribir, basta una ligera palabra en torno a lo escrito para que esa convulsión de pasiones que desencadene fisionariamente en un acto volitivo y hasta pasionalmente enfermizo. Escribir es reencontrase consigo mismo, es asirte de las palabras y conjuncionar con ellas. Escribir es prolongar tu reducido espacio mental solitario y alcanzar tus sociedades abiertas e interactivas. Escribir es ubicarte en el espacio, el tiempo y penetrarte en los demás, por sus poros y sus mentes. Escribir es pasar tu fiebre azulada a otros. Escribir es inocularles tus ideas, obsesiones y tus emociones a los demás. Escribir es invadir privacidades ajenas. Escribir es monitorear el pensamiento de la gente, hacia actos edificantes. Escribir es provocar reacciones en los demás, de odio o de afecto, de tirria o de magno elogio. Escribir, es después de todo, un conjuro mágico que humaniza al creador y al lector. Escribir es ensanchar el universo del pensamiento y la mente humana.

Porque el acto de escribir demanda una doble condición: tener un hecho relevante, que no sólo te importe a ti y a tus íntimos amigos, sino que sea relevante para los demás qué transmitir; y, un buen envase literario de estilos, oraciones y palabras lógicas y secuencialmente cuerdas en qué ofrecerlo. Una buena capacidad y competencia lingüística es aquella que evita los abstrusos enrevesamientos taponados de desconexiones neuróticas que provocan pérdida de interés: quien piensa bien, lee y escribe, comunica y explica bien. Una buena escritura es como un detallado mapa que te lleva hasta el final con emoción previsible, lúdica y adrenalínicamente motivadora. Una mala escritura es como un mapa difuso, borroneado, esperpéntico e ininteligible, que te enreda, te hace perder tiempo, amontona hechos y palabras desconexas y amorfas, no dice nada, cansa, agota, fastidia, hostiga, te agrede. El estilo enrevesado es un insulto a la inteligencia y evolución humana, es como un putrefacto vómito de borracho que te desagrada y lo abandonas con mirarlo desde el primer párrafo. El buen escribir no necesariamente atosiga; explica, concatena, encandila, atrapa, subyuga. Escribir difuso y enrevesado es como tener mal sintonizando un televisor. Es no tener un plan y hacerlo todo a la champa. No puede haber jactancia de escribir mal. El enrevesado y horrísono acto de ponerlo todo en complicado con trozos y fragmentos injertados al puro tijeretazo azaroso, es propio de los desordenes mismos de la personalidad de quien lo escribe o lo dice. Mente sana, escritura correcta, mente genial escritura descollante. En la poesía hay licencia para estas desconexiones sintácticas porque interesa el símbolo, la alegoría y no la historia, mas no en la prosa. La poesía sugiere, la prosa, describe. La buena prosa exige coherencia, claridad, orden, secuencia lógica y un afán concatenado y didáctico, allí está la verdadera magistralidad y no el cantinflesco y remedo remendón, copiandango y seudogongorino.

Escribir es un acto de disciplina, una profesión maniática del orden metódico, corrección, diafanidad y una pasión por desenredarse de la misma mente y traducirlo en limpio lo que en nuestra materia gris puede estarlo como muladar y caótico. Escribir, literariamente, ni siquiera es un acto de lucimiento enciclopédico o de aburrimiento pedante, academicista; escribir literariamente es hacer que las palabras sean luminarias formas de indicarle a los lectores un sendero de los hechos y las formas del buen y sorprendente decir. Escribir es abrirle las puertas de nuevos mundos al lector y no cerrarle con destronchadas y retaceadas escrituras con rostro cadavérico. Escribir es convulsionar hasta llegar a la cima donde lector, creador, personajes, historia y lenguaje forman una alquímica amalgama perfecta que gana y no aleja a los lectores.














EGRESADOS 2010