Dos o tres botellas de licores, cinco cagetillas de tabaco y la luna puesta el cielo.
No pedíamos más. Teníamos todo el tiempo del mundo y lo que nos sobraban eran ganas de vivir.
 
 
Éramos jóvenes, y teníamos muchos domingos reservados para la resaca.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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