
Como daba besos lentos duraban más sus amores.
Tu tiempo es ahora, tu luz es mañana, cerrá los ojos y empezá a soñar.
 
V A L E N T I N A
 No quiero olvidar, pero sí dejar atrás mi pasado y mirar al futuro cara a cara, ser capaz de dejar atrás lo que me tortura y buscar un hoy capaz de satisfacerme y borrar los delirios del ayer para poder enfrentarme al mañana. Cuan difícil es cerrar la puerta del pasado y abrir una nueva puerta al futuro. El pasado por duro que haya sido lo conoces, duele, pero ha enriquecido de alguna manera. En cambio, la puerta del futuro, no sé qué me depara. Tengo miedo a cometer los mismos errores del pasado por
No quiero olvidar, pero sí dejar atrás mi pasado y mirar al futuro cara a cara, ser capaz de dejar atrás lo que me tortura y buscar un hoy capaz de satisfacerme y borrar los delirios del ayer para poder enfrentarme al mañana. Cuan difícil es cerrar la puerta del pasado y abrir una nueva puerta al futuro. El pasado por duro que haya sido lo conoces, duele, pero ha enriquecido de alguna manera. En cambio, la puerta del futuro, no sé qué me depara. Tengo miedo a cometer los mismos errores del pasado por Deambulaba como si nada entre mis sueños, derrumbando eternas y falsas promesas. La luna sentada en la ventana, nos contaba esa historia, la de la niña palida que vendio el alma, como si en algun momento fuesemos a brincar de la muerte, no habia salida, no habia. El vino derramado en tus rodillas, el viaje eterno, entre comillas. Las duras guerras; oscuras, silenciosas. Los inviernos calidos y las secas primaveras, es la ultima variacion de mi mundo, es la destruccion repetitiva.
Deambulaba como si nada entre mis sueños, derrumbando eternas y falsas promesas. La luna sentada en la ventana, nos contaba esa historia, la de la niña palida que vendio el alma, como si en algun momento fuesemos a brincar de la muerte, no habia salida, no habia. El vino derramado en tus rodillas, el viaje eterno, entre comillas. Las duras guerras; oscuras, silenciosas. Los inviernos calidos y las secas primaveras, es la ultima variacion de mi mundo, es la destruccion repetitiva.
 Pero, también, debo reconocer que a veces me gana la neurosis y comienzo a pensar en que "no puede estar todo tan bien" y pienso que algo malo va a pasar, hasta que me siento y reflexiono diciéndome a mi misma que realmente me merezco lo que me esta pasando en este momento. Como también se lo merecen todas las personas que confían y luchan por lo que quieren, esas personas que tienen sueños y proyectos, esas personas que saben pedir perdón y aprender de los errores. Con esto no quiero decir que soy perfecta, ni mucho menos, yo vivo metiendo la pata y tropezándome (mil veces con la misma piedra) pero también se aprender de las circunstancias.
Pero, también, debo reconocer que a veces me gana la neurosis y comienzo a pensar en que "no puede estar todo tan bien" y pienso que algo malo va a pasar, hasta que me siento y reflexiono diciéndome a mi misma que realmente me merezco lo que me esta pasando en este momento. Como también se lo merecen todas las personas que confían y luchan por lo que quieren, esas personas que tienen sueños y proyectos, esas personas que saben pedir perdón y aprender de los errores. Con esto no quiero decir que soy perfecta, ni mucho menos, yo vivo metiendo la pata y tropezándome (mil veces con la misma piedra) pero también se aprender de las circunstancias. 
 El cigarrillo tardó en consumirse más de lo normal. El tiempo no corría, se había detenido en algún momento de la noche, con el susurro de la pronunciación de dos palabras. Todavía se siente el instante en el que cesó el movimiento. Esas dos miradas que, luego, se fundieron en un abrazo y en un momento.Ella trataba de no demostrar su nerviosismo. La falta de confianza la hacía incomodar. Ocultaba todo detrás de la sonrisa, que trataba de hacer parecer natural. Una mueca que la hacía evitar llorar...Corría el mes de septiembre, sábado de madrugada o domingo a la mañana, y unas piernas que no podían parar de temblar. Un ambiente y dos almohadones, una botella y dos velas, que iluminaban menos de lo que tenían que iluminar.Trataba de encontrar el significado de las miradas de él, pero eran imposibles de descifrar. Había desaparecido la vives de su repertorio, frente a la firmeza de su sinceridad. Una sombra tímida de alguien, a la que ella creía conocido, se asomaba despacito, reemplazando la seguridad que antes parecía abundar.Mientras que las palabras se iban agotando, y la bebida desapareciendo, trataba de no llorar. De no decirle que hablaba por lo que pensaba y ocultaba, así, lo que sentía. No quería contarle que, la verdad, necesitaba un abrazo más. Buscaba, desesperadamente, evitar deshacerse en frente de él. Y mostrarle la fragilidad y el miedo que esa noche estaban acompañándola.Había pasado poco tiempo luego del encuentro, y hoy, ya se hablaba de desencuentro. No quería, pero tenía que hacerlo. Ella, sabía como iba a terminar aquella historia sin comenzar. Un cigarrillo más, un beso, un taxi esperándola, y un chau sin pausa... ni esperanza.
El cigarrillo tardó en consumirse más de lo normal. El tiempo no corría, se había detenido en algún momento de la noche, con el susurro de la pronunciación de dos palabras. Todavía se siente el instante en el que cesó el movimiento. Esas dos miradas que, luego, se fundieron en un abrazo y en un momento.Ella trataba de no demostrar su nerviosismo. La falta de confianza la hacía incomodar. Ocultaba todo detrás de la sonrisa, que trataba de hacer parecer natural. Una mueca que la hacía evitar llorar...Corría el mes de septiembre, sábado de madrugada o domingo a la mañana, y unas piernas que no podían parar de temblar. Un ambiente y dos almohadones, una botella y dos velas, que iluminaban menos de lo que tenían que iluminar.Trataba de encontrar el significado de las miradas de él, pero eran imposibles de descifrar. Había desaparecido la vives de su repertorio, frente a la firmeza de su sinceridad. Una sombra tímida de alguien, a la que ella creía conocido, se asomaba despacito, reemplazando la seguridad que antes parecía abundar.Mientras que las palabras se iban agotando, y la bebida desapareciendo, trataba de no llorar. De no decirle que hablaba por lo que pensaba y ocultaba, así, lo que sentía. No quería contarle que, la verdad, necesitaba un abrazo más. Buscaba, desesperadamente, evitar deshacerse en frente de él. Y mostrarle la fragilidad y el miedo que esa noche estaban acompañándola.Había pasado poco tiempo luego del encuentro, y hoy, ya se hablaba de desencuentro. No quería, pero tenía que hacerlo. Ella, sabía como iba a terminar aquella historia sin comenzar. Un cigarrillo más, un beso, un taxi esperándola, y un chau sin pausa... ni esperanza.

UNA VEZ
MAS!
 El paso del tiempo había dejado huellas en su rostro, en su piel. Tenía las manos repletas de finas líneas que formaban arrugas. Éstas describían figuras inauditas, insólitas, abstractas, a las que a menudo buscaba un significado. Había encontrado ya un león, un globo aerostático, una cesta de la compra y un par de sombrillas de esas que llenan las playas en verano y desaparecen en septiembre, como todo. Luisa tenía la mirada perdida entre recuerdos de un pasado feliz que terminó siendo presente triste, futuro incierto; el corazón gastado de no saber cómo dar amor, de no querer recibirlo; la vida en las manos, como un puñado de arena, deshaciéndose, evadiéndose; el cabello de plata, que añadía, a simple vista, a sus cincuenta y tantos inviernos algunos más. Procuraba no tener tiempo libre, para no echar la vista atrás, mucho menos hacia delante. Sin embargo, cuando le sobraban los minutos, arrancaba canciones, acordes, al gran piano del salón (que, por mucho que se limpiase, nunca perdía el polvo). Era color azabache, de una marca famosa que no mencionaré, con teclas delgadas y blancas, como todo piano que se precie. Luisa cultivaba desde bien pequeña su gusto por la música clásica, por una buena ópera, quizá alguna de las sonatas de Beethoven. Eso sí, si le dabas a elegir su preferida, Luisa escogía la marcha nupcial que nunca necesitó: “Lohengrin” del maestro alemán Richard Wagner, o bien el archiconocido y emotivo ballet “Lebedinoje osero” de Tchaikovsky. Aunque, bien es cierto, tenía otra gran pasión: la pintura. Pintaba sólo cuando tenía tristeza que llorar. Sus trazos eran suaves, casi no se atrevía a rozar el lienzo con el pincel, y siempre en tonos pastel, claros. Cada composición que realizaba era una brillante mezcla de sentimientos, llena de luz, bella, compleja. Aunque, como casi siempre suele ocurrir con los genios, se guardaba su arte para sí misma. Quién sabe si por temor a fracasar o a gustar demasiado. Luisa había visto ya tantas cosas que se mentía a sí misma diciéndose que no le quedaba nada por vivir. En más de una ocasión se daría cuenta de que nadie es tan dichoso, o tan desdichado. Luisa caminaba los viernes por el paseo que abrazaba al río Guadalquivir. Iba tranquila, con la cabeza perdida entre las nubes, con la mirada rodeada de cuestiones. “¿Por qué?” era su preferida, quizá porque no le hallaba respuesta. Miente quien dice que no se ha preguntado a sí mismo porqué, como mínimo, una vez en toda su vida. Y, posiblemente mienta también quien dice que sabe la respuesta. No se limitaba a seguir el camino de baldosas amarillas. Nunca dejaba que nadie le dictase qué debía hacer, y mucho menos el personaje de una película, puede que lo permitiese si perteneciese a un buen libro. Puede. Creía que cuando llovía era porque lloraban las nubes. Cuando era pequeña se preguntaba quién las hacía llorar, y más de una vez se culpó inocentemente. Jugar con los charcos nunca le cansaba, le gustaba sentir, clavadas en su espalda, las miradas de desaprobación que le lanzaba la gente. Luisa quiso haber nacido en ningún lugar. Cuando le preguntaban por su ciudad natal, decía “Yo soy de todas partes”. Y, en el fondo, era cierto. En su juventud había sido reportera de guerra de un canal de televisión inglés. Había viajado como nadie, descubierto aquello que el resto no podía ni imaginar, ayudado como todos pensaban que lo hacían. Se estremecía cada mañana de las que permanecía en países conflictivos y lloraba amargura cada noche, pero creía que no valía para nada más. Uno de los rasgos más característicos de su personalidad era su inexpresividad, cualidad que la ponía de los nervios si veía en otra persona. Podía estar anunciando que en un sangriento atentado con coche bomba habían muerto cientos de víctimas sin que se le viese el más mínimo ápice de lástima en el semblante. Inventaría cualquier cohete bautizado con nombre ruso para poder perderse por los cráteres del pequeño satélite que resta valor a los astros de los que siempre se rodea. Que no, que cuando no se está dispuesta a pestañear no tienen sentido los fonemas mudos. Que no, que el vaso de leche caliente, las galletas y la manta del sofá no son siempre la mejor solución al problema. Que no, que no hay que destrozar las hojas que se ha olvidado el otoño al marcharse. Que no, que te quiero no es una respuesta.
 El paso del tiempo había dejado huellas en su rostro, en su piel. Tenía las manos repletas de finas líneas que formaban arrugas. Éstas describían figuras inauditas, insólitas, abstractas, a las que a menudo buscaba un significado. Había encontrado ya un león, un globo aerostático, una cesta de la compra y un par de sombrillas de esas que llenan las playas en verano y desaparecen en septiembre, como todo. Luisa tenía la mirada perdida entre recuerdos de un pasado feliz que terminó siendo presente triste, futuro incierto; el corazón gastado de no saber cómo dar amor, de no querer recibirlo; la vida en las manos, como un puñado de arena, deshaciéndose, evadiéndose; el cabello de plata, que añadía, a simple vista, a sus cincuenta y tantos inviernos algunos más. Procuraba no tener tiempo libre, para no echar la vista atrás, mucho menos hacia delante. Sin embargo, cuando le sobraban los minutos, arrancaba canciones, acordes, al gran piano del salón (que, por mucho que se limpiase, nunca perdía el polvo). Era color azabache, de una marca famosa que no mencionaré, con teclas delgadas y blancas, como todo piano que se precie. Luisa cultivaba desde bien pequeña su gusto por la música clásica, por una buena ópera, quizá alguna de las sonatas de Beethoven. Eso sí, si le dabas a elegir su preferida, Luisa escogía la marcha nupcial que nunca necesitó: “Lohengrin” del maestro alemán Richard Wagner, o bien el archiconocido y emotivo ballet “Lebedinoje osero” de Tchaikovsky. Aunque, bien es cierto, tenía otra gran pasión: la pintura. Pintaba sólo cuando tenía tristeza que llorar. Sus trazos eran suaves, casi no se atrevía a rozar el lienzo con el pincel, y siempre en tonos pastel, claros. Cada composición que realizaba era una brillante mezcla de sentimientos, llena de luz, bella, compleja. Aunque, como casi siempre suele ocurrir con los genios, se guardaba su arte para sí misma. Quién sabe si por temor a fracasar o a gustar demasiado. Luisa había visto ya tantas cosas que se mentía a sí misma diciéndose que no le quedaba nada por vivir. En más de una ocasión se daría cuenta de que nadie es tan dichoso, o tan desdichado. Luisa caminaba los viernes por el paseo que abrazaba al río Guadalquivir. Iba tranquila, con la cabeza perdida entre las nubes, con la mirada rodeada de cuestiones. “¿Por qué?” era su preferida, quizá porque no le hallaba respuesta. Miente quien dice que no se ha preguntado a sí mismo porqué, como mínimo, una vez en toda su vida. Y, posiblemente mienta también quien dice que sabe la respuesta. No se limitaba a seguir el camino de baldosas amarillas. Nunca dejaba que nadie le dictase qué debía hacer, y mucho menos el personaje de una película, puede que lo permitiese si perteneciese a un buen libro. Puede. Creía que cuando llovía era porque lloraban las nubes. Cuando era pequeña se preguntaba quién las hacía llorar, y más de una vez se culpó inocentemente. Jugar con los charcos nunca le cansaba, le gustaba sentir, clavadas en su espalda, las miradas de desaprobación que le lanzaba la gente. Luisa quiso haber nacido en ningún lugar. Cuando le preguntaban por su ciudad natal, decía “Yo soy de todas partes”. Y, en el fondo, era cierto. En su juventud había sido reportera de guerra de un canal de televisión inglés. Había viajado como nadie, descubierto aquello que el resto no podía ni imaginar, ayudado como todos pensaban que lo hacían. Se estremecía cada mañana de las que permanecía en países conflictivos y lloraba amargura cada noche, pero creía que no valía para nada más. Uno de los rasgos más característicos de su personalidad era su inexpresividad, cualidad que la ponía de los nervios si veía en otra persona. Podía estar anunciando que en un sangriento atentado con coche bomba habían muerto cientos de víctimas sin que se le viese el más mínimo ápice de lástima en el semblante. Inventaría cualquier cohete bautizado con nombre ruso para poder perderse por los cráteres del pequeño satélite que resta valor a los astros de los que siempre se rodea. Que no, que cuando no se está dispuesta a pestañear no tienen sentido los fonemas mudos. Que no, que el vaso de leche caliente, las galletas y la manta del sofá no son siempre la mejor solución al problema. Que no, que no hay que destrozar las hojas que se ha olvidado el otoño al marcharse. Que no, que te quiero no es una respuesta.Elecciones
Y HOY ME PONGO A PENSAR QUE
SI LOS DIAS
SON ASI, QUIERO COMPARTIR TODOS LOS QUE ME QUEDAN POR VIVIR CON
VOS.

QUE
FINDEE!!

 
 
Donde el viento cura heridas, donde el mar todo lo olvida, y el tiempo entiende de traición. Lejos de todo.
 
 
 
 
INIGUALABLE
 
LA VIDA LE DIO MILONGA Y EL BAILO.
Alcanzar lo interminable 
rebotando en la pared 
dando vueltas en el aire 
mientras el payaso hace la red.
Voy tratando de crecer y no de sentar cabeza.
 
Algunos errores, son deliciosos.
 
Vive loco en su cordura, y siente más que cualquiera. Su droga es vivir a pleno, se pica con humildad, fuma consejos ajenos, y aspira sinceridad.
Y CADA VEZ PEOR, Y CADA VEZ MAS ROTOS.
CON SU TODO ES AHORA, CON SU NADA ES ETERNO.
Lo sublime, lo toxico.
Lo inmaduro, lo idiota.
La razón, la soledad.
Lo patético, lo poético.
Lo transparente, la oscuridad.
Lo admirable, lo detestable.
La soberbia, la desesperación.
La esperanza, lo caótico.
La lastima, la estupidez.
Un desafio.
El miedo, el amor.
Te engañas si me quieres confundir. Esta canción desesperada no tiene orgullo ni moral. Se trata sólo de poder dormir sin discutir con la almohada, dónde está el bien, dónde está el mal.
 
Pasan las horas mientras te espero,
golpean mi cabeza miles de recuerdos.
Pasan las horas y tú no apareces,
el tiempo todas las batallas vence.
 
Lo conozco, sé que no va a ser felíz con nadie porque ni siquiera es felíz consigo mismo.
 
 
 
 
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Siempre soy la estúpida de la tira, la que aunque hayan golpeado mil veces los golpes del amor, todavía tiene esperanzas.
 
Y queda una vuelta de tuerca más.
 
 
Porque nunca lo que yo quiero se hace realidad, nunca. Porque mi imaginación siempre es más grandiosa y más potente y mucho más placentera que la realidad. 
 
 
MIENTRAS TANTO EL SOL SE MUERE
 
 
 
PERDIENDO AL FIN LA NOCIÓN DEL TIEMPO.
 
LA MAS LINDA DEL AMOR, QUE UN TONTO A VISTO SOÑAR